La arquitectura moderna mira a la naturaleza.

La arquitectura mira a la naturaleza.

Una de las tendencias que han cogido fuerza en la arquitectura moderna es su intención por integrarse en el espacio natural. Edificios que se mimetizan en el paisaje y que son eficientes energéticamente, reduciendo la huella de carbono que dejan sobre el planeta. La preocupación social por el medioambiente ha impactado en la arquitectura. Veamos cómo ha sucedido este fenómeno con algunos ejemplos.

Los arquitectos de Nagoa Estudio, un estudio de arquitectura innovador de Alicante, con más de 40 años de experiencia en proyectos residenciales, corporativos y hoteleros, nos cuentan que uno de los principios que rigen la arquitectura actual es el de mejorar la vida de la gente y respetar el medio. Buscamos edificios en los que vivir y trabajar, que nos resulten cómodos, y que al mismo tiempo no dañen la naturaleza.

Este es un interés relativamente nuevo. Durante siglos y hasta hace bien poco, las ciudades eran espacios que el hombre robaba a la naturaleza y en los que creaba un ecosistema completamente opuesto. Si la ciudad original estaba rodeada de bosque, se arrasaba con el entorno original para crear más espacio urbanizable en el que construir. Si la ciudad era costera, se edificaba hasta los límites del mar para levantar edificios en primera línea de playa.

El hombre se negaba a vivir en simbiosis y armonía con la naturaleza. Sobre todo en el medio urbano. El paisaje original se sustituía por uno nuevo de asfalto y hormigón que vertía contaminación a la atmósfera.

Hoy parece que una parte de la arquitectura ha cogido otro camino. Que apuesta por una construcción sostenible. Sin embargo, hay tanto daño acumulado que parece complicado revertir la situación. El cambio climático es una realidad y no nos queda otra que tomar cartas en el asunto. Eso se aprecia en el diseño y construcción de edificios.

La era de los rascacielos quedó atrás.

Cuenta el blog Vaiu Store que los rascacielos surgen en Chicago en los albores del siglo XX. Sin embargo, es en Nueva York, en la gran manzana, Manhattan, donde alcanzan su máxima expresión.

No es extraño que Nueva York fuera el lugar escogido para desarrollar esta arquitectura vertical. A finales del siglo XIX, Nueva York era una ciudad industrial importante, pero no era la capital financiera del mundo en la que se ha convertido.

Era, eso sí, la puerta de entrada de millones de emigrantes de todo el mundo que llegaban a EE.UU. en busca de un futuro mejor.

Los rascacielos se construyen con la intención de crear pequeñas ciudades verticales en las que se concentrara toda la actividad administrativa de grandes empresas, medios de comunicación y entidades financieras. Tienen un profundo sentido clasista. Cuanto más poder tenías dentro de la empresa, tu despacho o tu vivienda se encontraba en una plata más alta. Subir en el escalafón social se reflejaba en una subida en la ubicación física.

Los rascacielos, sobre todo,  tienen un profundo sentido ideológico. Una muestra de todo lo que se podía conseguir en el país en el que los emigrantes acababan de llegar. Los trabajadores procedentes de diferentes partes del mundo que atracaban en Ellis Island se quedaban impresionados con la imagen de aquellos edificios majestuosos que cuestionaban las leyes de la física. Bloques de pisos tan altos como una montaña en los que vivían y trabajaba gente.

El uso de la arquitectura para dominar al ser humano, para hacer que se sienta pequeñito, no es nada nuevo. Las catedrales góticas, en la baja edad media, se construían en altura, creando espacios sobrecogedores que hacían que los feligreses se sintieran minúsculos en comparación con el poder de dios y de la iglesia, la organización que representaba el poder divino en la tierra.

Brasilia, la ciudad que se construyó de la nada.

El 23 de octubre de 1956 se comienzan las obras de la ciudad de Brasilia, la actual capital de Brasil. En mitad del país, donde no había nada. Hasta entonces, la capital del país sudamericano se encontraba en Río de Janeiro. El presidente de la república, Juscelino Kubitschek, desempolva un viejo proyecto del pasado. Construir una gran ciudad en la selva que no agrediera el espacio natural. Kubitschek pretende que esa ciudad sea la capital de la nación. Como un intento por fomentar el desarrollo económico en el interior del país. Considerablemente más pobre que la zona de la costa.

Encarga el diseño de la ciudad al urbanista Lucio Costa y al arquitecto Oscar Niemeyer. En su planificación, Brasilia tiene forma de cruz. Un eje longitudinal que albergaría las áreas residenciales, los bloques de viviendas, y un eje transversal, donde se instalarían los edificios administrativos.

Brasilia, en su diseño original, era una ciudad utópica. El área residencial está formada por manzanas exactamente iguales, con las mismas alturas y los mismos equipamientos. De manera que eliminara las diferencias de clase. Todo ciudadano de Brasilia sería igual. Los edificios eran todos igual de altos, incluso los administrativos y monumentales. Ninguno destacaba sobre el resto. Permitiendo observar desde cualquier lugar de la ciudad la selva que la rodeaba.

En 1964, con la ciudad apenas construida, Brasil sufre un golpe de Estado militar que pretende revertir todos los avances de los gobiernos de Kubitschek. Brasilia continúa siendo la capital de Brasil, pero su construcción coge otra orientación.

Hoy Brasilia está rodeada de ciudades satélites que han destruido gran parte de la selva colindante y han instaurado uno de los mayores índices de desigualdad social del país. Con urbanizaciones de lujo en el distrito del Lago Sur y barriadas de favelas en zonas como S.C.I.A./Estructural.

Cesar Manrique, la plena integración con el entorno.

El arquitecto canario Cesar Manrique es el diseñador del centro comercial La Vaguada de Madrid, pero sobre todo, ha pasado a la historia por ser el autor de los edificios más emblemáticos de Lanzarote, su isla de origen. En su arquitectura, espacio natural y construcción humana forman un conjunto indisoluble, potenciándose uno al otro.

La revista National Geographic señala que el trabajo de Manrique en Lanzarote pretende aunar arte y arquitectura con el paisaje natural. “Quiero extraer de la Tierra su armonía para unirla a mi concepción del arte” –  expresó Cesar Manrique en vida.

Tras pasar varios años en Nueva York, Cesar Manrique regresa a Lanzarote en 1966, coincidiendo con el primer boom turístico. La llegada de los primeros turistas extranjeros a las playas españolas. Manrique, gran conocedor de Lanzarote, concibe que la mejor manera de promocionar la isla es potenciar sus encantos naturales. Pone entonces su arquitectura al servicio de resaltar los paisajes de la isla. Como si cogiera un subrayador fluorescente que llama la atención sobre determinadas frases de un texto. Solo que su texto es el entorno natural de Lanzarote.

Entre sus obras más conocidas se encuentran Los Jameos del Agua. Los Jameos son grutas formadas por la lava de un volcán o hundimientos en la tierra producidos por el desmoronamiento de un tubo volcánico. Manrique supo aprovecharlos para crear estanques y piscinas naturales rodeadas de un paisaje que impresiona al visitante. Bajo un control de asistencia, para que la presencia humana no afecte el entorno, en estas construcciones se han levantado proyectos económicamente rentables como restaurantes o auditorios. Esta fue otra de las grandes cruzadas de Manrique, el arte y la protección del medioambiente no debían estar reñidos con la economía.

Uno de los últimos proyectos de Cesar Manrique, y uno de los más especiales, fue la construcción del Jardín de Cactus. Aprovechando una antigua cantera de piedra abandonada, Manrique diseñó un parque botánico con forma de concha de caracol en el que se exhiben 10.000 ejemplares de cactus, de 413 especies distintas, provenientes de diferentes partes del planeta.

El compromiso de Manrique con el paisaje canario no se limita a su obra. Llego a ser un activista bastante activo, que intervino en la paralización de proyectos urbanísticos que agredían el paisaje de la isla, sobre todo a principios de este siglo, con el boom inmobiliario.

La tendencia actual.

Dentro de la arquitectura contemporánea hay una buena parte de arquitectos que se inclinan por diseñar edificios que se integren en el entorno natural y que sean energéticamente sostenibles.

Ya no se trata, pues, de clavar la bandera en la tierra y construir un edificio que deje constancia de que el hombre ha tomado posesión sobre el terreno. Si no de que el edificio se mimetice con el entorno, haciendo que el paisaje natural mejore la apariencia física. Creando experiencias únicas para el habitante del inmueble.

Al mismo tiempo se construyen casas y edificios sostenibles. Con una orientación y construcción que aproveche al máximo la luz natural, que consuman la menor cantidad de energía posible y que se autoabastezcan para utilizar la que necesitan. Colocando instalaciones de  paneles solares fotovoltaicos u otra fuente de energía renovable.

Un aspecto importante de la construcción moderna es la creación de espacios verdes que rodean al edificio. Respetando el entorno y mejorando la calidad de vida de los usuarios.

Una parte de la arquitectura moderna camina hoy hacia el respeto por el planeta sin renunciar al confort.

Más comentados

Scroll al inicio